¿Que pasaría si ese pasillo se convirtiera en un bosque?
Eran las ocho y media de la mañana, no había nadie en su sector aún excepto ella. Cuando cruzó el pasillo para entrar a la oficina, quedó atónica. El pasillo de paredes blancas y con la puerta de madera al final se había transformado en un bosque. En vez de las paredes había árboles. ¿Cómo era posible? Si ni siquiera daba el Sol. Ni bien lo pensó vio que encima de las copas de los árboles se vislumbraba el Cielo. Increíble. No iba a desprovechar la oportunidad así que dió primero un paso y luego otro.
Empezó a sentir el aroma y la frescura que la rodeaban. La sensación del pie en contacto con el pasto.¡Sí! Sus incómodos zapatos de taco alto habían desaparecido. Tampoco sentía la presión del cinturón, tenía una camisa holgada y una pollera de colores con mucho vuelo.
Caminó y llegó a un lago, podía ver los peces nadando en él. De repente, apareció un hada pequeñita, la saludó y le dijo que hacía mucho la estaban esperando. Su nombre era Campanita, sí, como la de la película de PeterPan. Inmediatamente Sofía le preguntó si la podía hacer volar con el polvo de estrellas. Así que Campanita la roció de ese polvillo dorado y Sofía sintió como sus pies se levantaban del suelo, empezó a flotar. Llegó hasta la copa de los árboles y acompañada de Campanita volaron sobre el bosque. Vió pájaros maravillosos que la acompañaron de a ratos.
Descendieron en un campo cubierto de flores donde a lo lejos se veía un casa. Caminaron hasta llegar a ella. Golperon la puerta y se econtraron a la Bruja Margarita. No se podía calcular cuantos años tenía, su pelo era blanco y corto, tenía ojos celestes y varias arrugas. Le dijo que podía quedarse en ese mundo de ensueño a vivir o volver a la vida mortal llena de sabiduría y enseñanzas que impartir a otras mujeres. Sofía eligió la segunda opción, pero había una condición: no recordaría nada de lo sucedido al volver a su mundo.
Durante varios días Sofía estuvo allí, aprehendiendo pociones sanadores para el Alma y el Cuerpo. Finalmente tuvo que volver a casa pero no lo hizo volando. Le dieron una margarita roja y tuvo que golpear tres veces sus talones entre sí diciendo: "No hay un lugar como el hogar".
Apareció en la oficina mirando fijamente el pasillo de paredes blancas y con su puerta de madera al final. Volvió en sí, fue hacia su escritorio y se sacó el tapado; al hacerlo vió que tenía una margarita roja en el ojal. No recordaba cuándo la había puesto allí.
PD:
estoy cursando una materia que se llama Taller de producción y análisis
de texto. Nos dieron para leer un libro titulado Gramática de la Fantasía (Introducción al arte de inventar historias) de Gianni Rodari. Me resulta muy interesante y decidí probar varias de las
consignas que menciona para que niños y adultos inventen cuentos. Así que lo
que escribí arriba es un juego, es intentar, probar y ver qué sale de mi
fantasía.
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