viernes, 5 de junio de 2015

No quiero sonreír siempre

Amelie
 No quiero sonreír siempre. No. Seré una melancólica lacónica de mierda toda la vida, pero porque yo lo he elegido. El otro día, entre cervezas que se calientan al de 5 minutos (eso pasa en Sevilla), Bárbara y yo hablábamos de lo que nos dolía tener que buscar la felicidad siempre, a toda costa. Y que esa felicidad se relacionase siempre con la sonrisa de la panza llena, en lugar de ubicarla en la nostalgia feliz (que también conocen lxs nipones). Yo no quiero ser feliz todo el rato. O no quiero serlo así. Me abruma tanta búsqueda del bienestar, mientras en la búsqueda, me voy privando de la miel de mis heridas. A veces, muchas, estoy rota y no deseo recomponerme. Y no por vaga ni por maleante, sino por el placer de vivirme así, rota, destartalada, surcada de descosidos ¿Por qué lanzarnos constantemente a zurcirnos las costuras? ¿Por qué no permitir que la brisa y el salitre nos ablanden las heridas para que puedan sangrar a su antojo? ¿Qué les pasa a los demás con el dolor ajeno? ¿Quizás invoca al propio y por ello nos piden, nos ruegan, nos suplican, nos  fuerzan a hacernos un torniquete a la altura de la carótida?

(...)

No. Yo no voy a buscar la felicidad en las latas de refrescos. De hecho voy a dejar de suplicarme ser más ligera, más feliz, más optimista. Voy a prender fuego a las consejeras de la ilusión y el positivismo. Soy una pesimista simpática, una nostálgica risueña, una cínica tierna, una domadora de silencios. No necesito empoderarme para levantarme por la mañana, porque a veces toca no levantarse, a veces no es mañana, a veces es nunca, a veces es la noche ‘más oscura del alma’ y no amenece en 10 días, 1 mes o 3 años. Y ¿qué? Que esto se llama depresión, se llama volatilidad, se llama locura, se llama enfermedad. Pero tragar mierda diligentemente con sonrisa de boba, se llama felicidad, se llama equilibrio, se llama bienestar

Erika Irusta

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