Desde su balcón llega el sonido de un piano y un cantor, ¿de tango? ¿Hay algo más porteño que Buenos Aires con su humedad y en donde los acordes de una zamba cruzan la calle empedrada para llegar a sus oídos?
La mente llena de bullicio, ¿imparable? Para éso practica meditar, practica yoga, para éso canta, para frenar la mente y vivir el presente.
¿Cómo se saca el miedo a vivir que ha heredado? No hay nadie a quien culpar. El correr tal vez se lo enseñaron sus padres, y a ellos sus abuelos... Respira, piensa, lo vuelve a intentar...
Miedo a la enfermedad, a la vejez y a la muerte.¿Las tres señales que enfrentó Siddhartha cuando salió del palacio?
- Un anciano
- Un enfermo
- Un hombre muerto
- Un asceta religioso
A través de estos signos, se dio cuenta de que él también podía enfermar, envejecería, moriría y perdería todo lo que amaba. Comprendió que la vida que llevaba le garantizaba el sufrimiento y, además, que toda la vida se definía esencialmente por el sufrimiento de la necesidad o la pérdida. Por lo tanto, siguió el ejemplo del asceta religioso, probó diferentes maestros y disciplinas, y finalmente alcanzó la iluminación por sus propios medios y llegó a ser conocido como Buda ("despierto" o "iluminado").
Posteriormente, predicó su "camino medio" de desapego a los objetos sensoriales y renuncia a la ignorancia y la ilusión a través de sus Cuatro nobles verdades, la Rueda del devenir y el Noble camino óctuple".https://www.worldhistory.org/trans/es/1-11767/siddhartha-gautama/
"Primera escena: la vejez
De forma tradicional, la historia describe la apariencia de ese anciano:
un hombre débil, acabado, con una joroba en la espalda, con un cuerpo
tan delgado que se le notaban los huesos y que se movía dando pasos
cortos ayudado por su bastón. Tenía una larga barba blanca y los ojos
llorosos. (..). Debemos recordar que, según la leyenda, Suddhodana (el rey padre) había
apartado a Siddhartha (príncipe hijo) de forma deliberada de cualquier cosa que
pudiera resultarle desagradable, incluida, por supuesto, la vejez.
Entonces, cuando Siddhartha vio al anciano, de inmediato preguntó de qué
se trataba.
Una tremenda impresión y primeras reflexiones
Se dice que Siddhartha recibió las noticias como un elefante que es
azotado por un rayo y empezó a sudar fríamente por la conmoción. «¿De
qué sirve ser joven”, se lamentó, “y tener vitalidad y fuerza si todos
terminaremos tan frágiles?» Su corazón estaba abatido(...)
Segunda escena, la enfermedad
Todavía aturdido por la conmoción que le había causado su nueva
experiencia, Siddhartha volvió a dar otro paseo unos días más tarde y
otra vez vio algo que nunca había presenciado antes: un hombre enfermo(...)
Tercera escena: la muerte - ¿Acaso moriré yo también?
La procesión que presenció Siddhartha era como ésta y exclamó: «¡Qué
extraño es eso! ¿Por qué lo llevan cargando de esa manera? ¿Qué hacen?»
El cochero respondió como las otras veces: «Pues se trata de un hombre
muerto». Tenemos que recordar, claro está, que la muerte era uno de esos
asuntos que se le habían ocultado a Siddhartha y que, por lo tanto,
estaba desconcertado con lo que escuchaba. (...) Todos los que nacen tienen que morir. Han existido
millones de hombres y mujeres desde el comienzo del mundo y todos han
muerto. Nadie ha podido escapar a la fría mano de la muerte. Es
implacable. Es como el rey de todos».
Situaciones existenciales ineludibles
En esos tres paseos Siddhartha se encontró con lo que en la actualidad
llamaríamos «situaciones existenciales ineludibles», hechos de la
existencia de los que no podemos escapar. No queremos envejecer pero no
podemos evitarlo. No queremos enfermarnos pero a veces nos enfermamos.
No queremos morir pero, querámoslo o no, moriremos. Entonces empezamos a
pensar: «¿Por qué tiene que ser así?
Cuarta escena, la paz del renunciante
Siddhartha se encontraba bastante preocupado por preguntas fundamentales
acerca de la vida y la muerte tras las últimas experiencias que había
tenido. No obstante, decidió ir a dar otro paseo con su auriga y, en
esta ocasión, vio a un hombre que tenía una apariencia diferente y poco
común; llevaba unos hábitos amarillos y además tenía la cabeza afeitada.
Ese hombre caminaba de una manera tranquila por las calles del pueblo,
tocando la puerta de cada casa por la que pasaba, solicitando comida
para ponerla en su tazón de mendicante. A Siddhartha le llamó la
atención su paso tan sereno y compuesto y esto lo llevo a preguntar a su
cochero: «¿Qué le ocurre a este hombre que parece tan tranquilo, en paz
consigo mismo y con el mundo?» El auriga le respondió: «Es alguien que
ha ido hacia adelante». «¿Cómo que hacia adelante?», insistió el joven
príncipe. Su ayudante procedió a explicarle que era alguien que había
dejado tras de sí la vida mundana y a su familia. Era alguien que había
desechado todo tipo de ataduras terrenales, todo tipo de
responsabilidades domésticas y de obligaciones sociales y políticas.
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