miércoles, 22 de abril de 2015

La bailarina y la niña




         La bailarina esperaba la llegada de los visitantes al museo. Sabía que ese día sería especial. Cuando nadie la veía, bailaba continuamente. Le gustaba pasearse por otros cuadros: mojar los pies en el mar de la pared derecha y saltar por las sierras llenas de pequeñas flores rojas, rodeada de mariposas amarillas. Eso sólo podía hacerlo de noche, cuando el museo estaba vacío. Durante el día se quedaba en su marco y se movía acompañada de la tela naranja. En cuanto alguien pasaba cerca se queda quieta de inmediato. 
         Ese día la vió una niña. El destello naranja le llamó la atención por su ondulación, sin duda había visto moverse a la bailarina y la tela, la había delatado. La niña se quedó enfrente de la bailarina, la miraba a los ojos. Vió como la bailarina le sonreía y le guiñaba un ojo. La niña decidió imitarla en su movimiento eterno para acompañarla, ya que sabía que no podía tocarla. 
     No pudo seguir manteniendo esa postura pero se quedó allí un buen rato. Cuando la niña quedaba sola frente al cuadro, la bailarina danzaba haciendo reir a la niña y dejándola encandilada. La madre apareció en buscala ya que debían irse. Pasó frente al cuadro y no vió a la niña. Las bailarinas se quedaron quietas. Sí, la niña se había acercado poco a poco al cuadro y con la ayuda de la bailarina había entrado a su cuadro. 
      Cuando volvieron a quedarse solas, siguieron bailando, a veces tomadas de las manos, girando juntas, saltando y moviendo la tela. La niña empezó a sentir el llamado de su madre cada vez más fuerte y la bailarina supo que debía ayudarla a salir. La sostuvo con sus brazos y la apoyo al otro lado de su reino etéreo. La niña le dió un beso en la mejilla y corrió a buscar a su madre, que la esperaba ansiosa. 
      La mamá sabía que su hija debía estar distraida con alguna obra pero había empezado a preocuparse cuando no la encontró frente a ningún cuadro. La abrazó con dulzura cuando se encontraron. Salieron del museo tomadas de la mano.La bailarina estaba emocionada por aquel regalo que se le había dado, compartir aquella danza con la niña la hizo sentirse libre y amada. 
       
      Años más tarde, llegó una mujer y compró la obra. Ni bien la vió, reconoció en sus ojos a aquella niña. Se alegró tanto de verla que quiso saltar pero no podía porque no estaba sola. La llevaron a un salón con una barra en la pared, un espejo en la otra y un gran ventanal que daba a un hermoso jardín. Cuando llegaron las primeras bailarinas, no podía creer lo que veía, estaba feliz de tener esa compañía. Finalmente, vió a la mujer que conocía, era la que lideraba la clase. Llevaba una tela naranja en las manos. Mientras sonaba una hermosa música: la mujer se acercó al cuadro, miró a los ojos a la bailarina y le sonrió.



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